terça-feira, 19 de outubro de 2010

Globalización, innovación y crecimiento: geopolítica e integración

Globalización, innovación y crecimiento: geopolítica e integración

INTRODUCCIÓN 2
LA DESTRUCCIÓN CREADORA: INNOVACIÓN Y CICLOS ECONÓMICOS 3
INNOVACIÓN, CAMBIOS TECNOLÓGICOS Y LA FUERZA DE TRABAJO. 5
INNOVACIÓN, CAMBIO TECNOLÓGICO Y DESEMPLEO 8
CRECIMIENTO ECONÓMICO, COMERCIO EXTERIOR Y LIBRE COMERCIO 11
ECONOMÍA Y GEOPOLÍTICA 15
EL MERCO SUR SE EXPANDE 16
CONCLUSIONES 18


GLOBALIZACIÓN, INNOVACIÓN Y CRECIMIENTO: Geopolítica e integración

Theotonio Dos Santos

INTRODUCCIÓN

Después de la Segunda Guerra Mundial, la economía mundial fue marcada por una constante y a veces explosiva tendencia inflacionaria. Los gobiernos tendían a adelantar recursos para la inversión esperando recuperarlos como resultado de los efectos productivos de las inversiones. La generación de mayor demanda a través del gasto público también generaba más empleo de mano de obra y de los demás recursos instalados. Según se creía, se recuperaría, vía aumento de la producción y pleno empleo, los adelantos en gastos estatales. Pero no se podría evitar una presión inflacionaria, sobre todo en los Estados Unidos, donde los gastos militares se cristalizaron en niveles muy elevados.

Las inversiones en educación, salud, habitación elevaron la calidad de la mano de obra y tuvieron también efectos positivos a mediano y largo plazo. Por todos los lados, se buscaba la plena ocupación de los factores económicos y la teoría económica se concentraba en estos temas. La curva de Phillips articulaba pleno empleo e inflación: ella pretendía mostrar los límites del pleno empleo que, al ser alcanzado, generaba la inflación (ver recuadro 1). Pero, al mismo tiempo, permitía concebir una economía en crecimiento sin inflación, siempre próxima del pleno empleo.

En este universo teórico, en que se formó la mayor parte de los grandes economistas actuales, no había casi ningún espacio para el ciclo económico (excepto los ciclos de corto y mediano plazo que habían disminuido con todo de intensidad, en consecuencia de la ola de inversiones del posguerra) y no quedaba ciertamente ningún espacio para la cuestión de la deflación. Este tema es completamente ajeno a la formación de los economistas desde la posguerra hasta la actualidad. Su preocupación ha sido siempre con los peligros del aumento de precios y de los gastos públicos.

Sin embargo, desde 1982, y particularmente desde 1989, hay evidentes señales de deflación en la economía mundial. La inflación se caracterizaba por la tendencia a generar un exceso de recursos monetarios en la economía y, en consecuencia, una tendencia al aumento de los precios. La deflación se caracteriza por la falta de recursos monetarios suficientes para adquirir los nuevos bienes producidos y por la tendencia derivada de esta situación a la caída de los precios. Por esta razón, los economistas oficiales tienden a asociar la deflación con la desinversión y la baja de la producción.

Recuadro 1. La curva de Phillips
LA DESTRUCCIÓN CREADORA: INNOVACIÓN Y CICLOS ECONÓMICOSCon todo, la cuestión no es tan simple. Hay que buscar los orígenes de la tendencia deflacionaria mundial a través de un análisis más profundo de los ciclos económicos, sobretodo los ciclos largos de Kondratiev. Según Kondratiev, la economía mundial funciona en ondas largas de cerca de 60 años caracterizadas por un período A de ascenso de las variables económicas de cerca de 30 años y un período B de descenso también de cerca de 30 años (ver recuadro 2)

En sus estudios empíricos de las tres ondas largas que pudo identificar, Kondratiev, que escribió en mediados de los años 1920, encontró un movimiento de los precios que tiende a seguir estas olas largas. En los períodos de ascenso hay elevación de precios, en los períodos de descenso hay caída de precios o disminución en el ritmo de crecimiento de los precios.

Con todo, en la década de 1970, cuando la economía mundial entró en crisis general, de acuerdo con el modelo de Kondratiev, fue constatado un extraño fenómeno: la estanflación. Es decir un estancamiento de la economía acompañada de inflación. Esto provocó una gran crisis en la teoría económica oficial, es decir, en la síntesis neo keynesiana que asociaba descenso productivo con caída de precios y vice-versa.

La ciencia económica oficial se dirigió hacia una crítica muy dura a los Keynesianos, acusando los de analizar los fenómenos económicos desde el lado de la demanda, mientras ellos, los nuevos clásicos, se ponían del lado de la oferta.

Por otro lado, una fuerte corriente de pensamiento basada en Schumpeter, Kondratiev y Marx, logró explicar estos fenómenos a través de varios conceptos que apuntalaban hacia la consolidación, en los periodos de ascenso de las olas largas, de estructuras socio-políticas e instituciones que lograban establecer patrones tecnológicos determinados y nuevas combinaciones socioeconómicas. En los años de crecimiento se lograba mantener las formas de producción y distribución alcanzadas en estos períodos, aún cuando la economía entraba en crisis. De esta forma, se creaba una tendencia al aumento de precios y salarios aún en los momentos de crisis: los monopolios y los sindicatos aparecían como los responsables de mantener la inflación aún cuando había tendencia a la caída de la producción.

Los años ochenta y la primera mitad de la década del 90 se caracterizaron por la ofensiva permanente y brutal de los representantes del capital para hacer caer sobre los hombros de los trabajadores y de las poblaciones desocupadas y sub ocupadas el costo de la crisis. La confrontación tiene también un ángulo interestatal que se proyecta sobre las confrontaciones entre el Norte y el Sur del planeta.

En 1973, los países petroleros que recién se habían apropiado de sus fuentes de petróleo y organizados en un cartel (la OPEP) habían elevado el precio del petróleo en una proporción razonable en relación a la pérdida del valor del dólar, que había abandonado su convertibilidad oficial en oro. Con esto, estos países indicaban su disposición de no pagar el costo de la deflación. Otros productores de productos primarios, como el cobre, el zinc, etc., buscaron el mismo camino.

Con ello se declara una lucha planetaria para determinar quién pagaría los costos de la crisis general del capitalismo. Después de algunas confrontaciones aparentemente favorables a los países en desarrollo, en el final de la década del 70 se inicia una nueva tendencia: cae el precio del petróleo y aumenta la tasa de interés de Estados Unidos e Inglaterra. Mme. Thatcher golpea a fondo a los mineros del carbón y Reagan desarticula los sindicatos de las empresas aéreas. Se abría el camino para una era de confrontación, bajo el concepto de competitividad. Que cada clase, cada grupo social, cada región económica, cada formación social, cada empresa o grupo de empresas se defendiese como pudiera. Al final ganarían los más fuertes.

Schumpeter denomina “destrucción creadora” a este fenómeno económico, típico de la fase final de los períodos de descenso de los ciclos largos: la destrucción de sectores económicos enteros y su sustitución por nuevos productos o procesos de producción más avanzados y más baratos. Esto fue lo que asistimos en las década del 80 y el principio del 90. Los cambios en los sistemas de producción no son, sin embargo, casuales. Ellos obedecen una cierta lógica, ciertos padrones que hoy se estudian bajo el concepto de “paradigmas tecnológicos”. El final de un período de descenso de largo plazo se caracteriza exactamente por la emergencia del nuevo paradigma tecnológico.
Recuadro 3. La evolución del pensamiento sobre los ciclos largos


Los períodos de crecimiento se caracterizan por la difusión y generalización del nuevo paradigma. En esta fase, se rompen muchos monopolios, surgen nuevas potencias económicas, se cambian las relaciones de producción, las empresas se funden en gigantescos grupos económicos.

En tales circunstancias, la exacerbación de la competitividad hace muy difícil mantener los precios de venta de los nuevos productos muy por arriba de sus precios de producción. Y estos, como vimos, están en plena caída como resultado de la incorporación del nuevo paradigma tecnológico.

Sin embargo no son solo las ramas tecnológicas de punta que ven los precios de sus productos bajar dramáticamente, como los computadores, los electrodomésticos, etc., pues ocurre también en ramas tradicionales como los textiles, las confecciones, los calzados, las agroindustrias, y muchas más.

Al mismo tiempo, ocurren fenómenos muy interesantes en el lado financiero de la economía. El largo período de crisis se inicia, de hecho, en 1967 con la consolidación del déficit fiscal norteamericano, a partir del pleno involucramiento de este país con la guerra del Vietnam. A partir de este momento, los títulos de la deuda pública empezaron a ser una excelente opción para el capital sobrante debido a la caída de la tasa de ganancia en Estados Unidos y Europa. Con tasas de ganancia más bajas e tasas de interés más altas es fácil percibir porque hay el abandono de las inversiones productivas, las cuales son sustituidas por una creciente especulación financiera. En 1973, con el abandono de la convertibilidad del dólar en oro, que había sido garantizada en Bretton Woods, surge la llamada “serpiente monetaria”, un campo de especulación nuevo, sobre todo para las firmas que operaban en varios países.

El reciclaje de los petrodólares fue otro campo de especulación financiera. En el final de 1970 y comienzo de 1980, la elevación de la tasa de interés de la deuda pública norteamericana y la elevación del déficit público a cerca de 300 mil millones de dólares anuales, durante el gobierno Reagan, crearon una demanda colosal de capital especulativo. El déficit comercial de Estados Unidos y los correspondientes superávits de Japón y Alemania crearon los excedentes financieros para atender a esta demanda.

La crisis de 1987 y el peligro de mantener una política de déficit fiscal indefinido cambiaron las reglas del juego en la década del 90. La economía americana en crisis fue obligada a devaluar el dólar y buscó disminuir su déficit comercial de cualquier forma.

De 1990 las reglas del comercio mundial cambian drásticamente. El dólar se devalúa y, con él, los enormes activos monetarios de los bancos centrales y otras instituciones. La tasa de interés cae del 18% al 4,5 y llega al 5,62%. Entramos así en un período de “quema” de activos internacionales bajo la forma de varias crisis sucesivas. La de 1987 hizo desaparecer de la economía mundial un billón de dólares en menos de una semana; las quiebras de bancos en Estados Unidos, Inglaterra y otros países en 1989-93; la crisis mexicana de 1994, que obligó a la formación de un fondo de 80.000 millones de dólares, monitoreados por el gobierno de los Estados Unidos de América y garantizado por los recursos de la venta del petróleo mexicano a los Estados Unidos. La crisis asiática de 1997-98 que provocó la desvalorización de varias monedas del Sudeste asiático y que llegó hasta el Japón.

En todas estas oportunidades la economía mundial estuvo bajo el signo de la devaluación, de la deflación. Tratase del otro lado de la destrucción creadora de que nos hablaba Schumpeter. La devaluación de activos inmuebles y muebles, financieros y monetarios lleva a la caída de la tasa de interés y a la creación de las condiciones para nuevas inversiones basadas en ahorro de capital. El capital se abarata y la inversión vuelve a crecer.

La hegemonía del pensamiento neoliberal en los ochenta y noventa transformaron estos cambios en fenómenos ciegos e incontrolables. Por eso, en los últimos años se produce un abandono cada vez más rápido de los principios neoliberales para retomarse la idea de una gestión humana y social de los cambios revolucionarios que estamos viviendo.

INNOVACIÓN, CAMBIOS TECNOLÓGICOS Y LA FUERZA DE TRABAJO. VISIÓN ECONÓMICA

Un fantasma recorre el mundo desde fines del siglo pasado: la amenaza del desempleo que aumenta aún en períodos de crecimiento económico.

Es necesario recordar que estamos en plena reestructuración productiva de la economía mundial. En la década de los setenta la siderurgia norteamericana y europea presentó una reducción a menos de un tercio de su producción. La industria del carbón prácticamente cerró. Importantes ramas industriales se deslocalizaron a diferentes regiones del mundo. Como resultado de esas deslocalizaciones ocurren mudanzas fundamentales en la composición de la mano de obra mundial.
En Estados Unidos disminuyó la participación de la mano de obra industrial en el conjunto de la fuerza de trabajo en las décadas de 70, 80 y 90. En el Japón, pasó lo mismo a partir de la segunda mitad de la década de los ochentas. En Alemania, el desempleo industrial avanzó en la década de los noventa. En los tigres asiáticos y las nuevas economías industriales (NEI), en general, la mano de obra creció significativamente en la década de setenta y parte de la de ochenta. En seguida, se estabilizo y llego a disminuir en algunos de estos países a partir de la segunda mitad de los ochenta.

Por tanto en vez de un aumento del desempleo en general, se observa primero, una fuerte deslocalización del empleo: del agrícola para el industrial, iniciada a principios del siglo XX; del industrial para los servicios, a partir de los años 50, la cual se acelero a partir de la década de los 80 con la introducción de la robotización.

En resumen el aumento de la productividad agrícola e industrial genera una producción suficientemente grande para sustentar un sector creciente de servicios. El desenvolvimiento de un enorme aparato de investigación y desarrollo, elevó la capacidad de innovación del sistema económico y en consecuencia aumento aun más la productividad. Al eliminar sectores económicos obsoletos, la crisis, que se prolongó del 67 al 94, abrió camino para que –en la década de ochenta y noventa- las inversiones se orientasen hacia las ramas más productivas y más dinámicas.

Estas innovaciones conducen a nuevas estructuras industriales y absorben gran parte del avance tecnológico acumulado en las décadas anteriores. Tal es el caso de la robotización que, a pesar de estar anunciada desde los años sesenta, solamente se concretó hasta los años ochenta con la utilización masiva de robots por Japón, seguida posteriormente por los Estados Unidos y Europa. En la década de los noventa, Estados Unidos y Europa finalmente alcanzan los nuevos patrones tecnológicos japoneses que tienden a generalizarse en las economías emergentes, particularmente en China.

Sin embargo ¿Por qué el aumento del desempleo estructural no fue compensado por los empleos del sector servicios y, se exacerba la exclusión social durante este periodo? Esto se debe a que las nuevas inversiones provocaron grandes reducciones de la mano de obra industrial, en una fase en que se habían reducido también las inversiones en los nuevos servicios ligados a las innovaciones tecnológicas. En muchos países, estas inversiones no se realizaron debido a deficiencias socioeconómicas y culturales o debido a la falta de control del excedente económico por los agentes sociales que favorecían el avance del conocimiento científico y tecnológico.

Segundo, porque los recursos necesarios para las nuevas inversiones en la economía del conocimiento y de la información, ligadas a la Revolución Científico Técnica (investigación y desarrollo, educación, medio ambiente, cultura, tiempo libre, información, etc.), estaban comprometidos en otras actividades. Entre ellas señalamos los gastos para la hegemonía geopolítica en los Estados Unidos, particularmente los gastos militares, la especulación financiera, el aumento de la deuda pública y el pago de los intereses de la deuda, etc. Los servicios financieros sobretodo crecen desproporcionadamente en la década del 80 y entran en una crisis al final de esta misma década y al principio de los años 90.

Recuadro 4. La revolución científico-técnica
La actual campaña de la derecha internacional contra el “dumping social” es solamente el comienzo de un movimiento contra estos cambios comandados por el aumento de las innovaciones revolucionarias que inició el nuevo ciclo largo desde 1994. Las sociedades subdesarrolladas tendrán que incorporar forzadamente nociones de derechos humanos, protección al trabajo, jornadas más cortas, mejores salarios, etc. Un tema pendiente de discusión es como estas exigencias se compatibilizarán con fenómeno típicos de estos países, como el aumento acentuado del desempleo, del subempleo y de la exclusión social. Sobre todo porque estas economías no invierten suficientemente en educación, ciencia, tecnología, cultura, tiempo libre e información, los cuales son los sectores generadores de empleo en el nuevo paradigma tecnológico.

Esto genera desempleo en los servicios bancarios y en otras áreas de servicios con altos salarios.
En tercer lugar, el desempleo aumenta debido a que la estructura ocupacional de las relaciones sociales de producción no acompaña los cambios del sistema productivo, y a que el aumento de la productividad no se distribuye igualmente entre los distintos agentes sociales. Es evidente que un crecimiento tan masivo de la productividad tendría que ser acompañado por aumentos de salarios y por la disminución de la jornada de trabajo.

Ninguno de estos dos fenómenos ocurrió. ¿Porque? Porque los años de crisis entre 70 y 80 debilitaron el movimiento sindical y los movimientos sociales en general. Se requiere considerar el efecto diferenciado del desempleo en los países dependiendo del poder de negociación de los sindicatos, así como el de las demás fuerzas sociopolíticas. Como vimos en varios estudios, la coyuntura recesiva mundial está en camino hacia la superación de la tendencia recesiva y hacia el crecimiento económico. En estas circunstancias, la estructura institucional tendrá que adaptarse a la nueva coyuntura. El principal cambio positivo que deberá ocurrir en los países centrales es la disminución de la jornada de trabajo, la cual ya se encuentra en curso. Esta permitirá transferir las ganancias de productividad actuales a las masas de trabajadores asalariados aumentando drásticamente el número de empleos.

Varias empresas ya iniciaron la disminución de la jornada de trabajo hasta 32 horas semanales. En Francia sindicatos de trabajadores firmaron en octubre de 1995 un “acuerdo interprofesional del empleo” que inicia negociaciones para reducir la jornada por ramas de producción a fin de aumentar la creación de empleos “de 300 a 900 mil en dos años”. Este acuerdo se basó en la ley votada por los socialistas y la izquierda en general a favor de las 35 horas de trabajo semanales.

En Japón y en Asia ha habido claros esfuerzos en el mismo sentido, a pesar de que parten de jornadas de trabajo más largas. La disminución de la jornada de trabajo a nivel mundial, sobre todo en las nuevas economías industriales, ciertamente vendrá - como ocurrió en los años 1920 y 30. En esa época, bajo la presión de los acuerdos de Viena, la OIT, comandada por los países que la habían adoptado, exigió y logró disminuir la jornada de trabajo del orden de 60 a 48 horas en todo el mundo.


En la mayoría de las nuevas economías industriales (NEI) solo se puede disminuir el impacto del desempleo estructural reforzando las ocupaciones “sociales” para la enorme masa de trabajadores sin empleo y sin perspectivas. Esto exige un aumento de los gastos estatales en sectores sociales, lo que en general no encuentra una buena receptividad en las clases dominantes locales.

La reforma agraria es, por ejemplo, un camino para la ampliación ocupacional que enfrenta una fuerte oposición en las clases dominantes y también en sectores de las clases medias, disminuyendo la capacidad ocupacional de estas sociedades. Es importante constatar también el impacto negativo del pensamiento “único” neoliberal sobre estas formas de generación de empleo .Ellas insisten en el libre mercado como el gran creador de empleo, lo que va en contra de los datos o de la evidencia disponible y de los análisis de la realidad particularmente en los países dependientes y subdesarrollados.

Las actividades agroindustriales para la producción de energías renovables, basadas en la biomasa (como el programa Proalcohol del Brasil) puede ser un camino significativo de generación de empleo si se combina con una nueva economía social en las pequeñas y medianas ciudades. Por otro lado, el sector informal con sus micro, pequeñas y medianas empresas puede generar importantes sumas de ocupación, sobre todo si se apoya en los principios de una “economía solidaria”.

Sin embargo no se debe alimentar la ilusión de que esas soluciones son definitivas y que pueden ser el centro de una estrategia de generación de empleo. El empleo altamente calificado es la solución más completa y definitiva. El empleo está asociado con el desarrollo social de los países. Así, la información, el conocimiento, el tiempo libre y la educación son los mayores generadores de empleo en el mundo contemporáneo. La salud, los cuidados personales a los niños, a los enfermos, a los incapacitados, a los socialmente carentes, y las políticas sociales en general son otras tantas fuentes contemporáneas del empleo.

Existen otras “soluciones” aparentes que tienen consecuencias perversas. La principal de ellas es la propuesta de la disminución de los “costos” sociales del trabajo. Desde los países socialmente avanzados, como Alemania, hasta los países más atrasados como Brasil se suceden las tentativas de reducir las conquistas sociales de los trabajadores. El razonamiento es simple: la reducción de los costos sociales del trabajo aumenta la ganancia y estimula la inversión y por tanto genera empleo.
Como vimos, este razonamiento es equivocado en la actual coyuntura. Las inversiones se orientan para los sectores de alta innovación tecnológica, donde el empleo industrial disminuye, pero aumentan los empleos de investigación y desarrollo, la educación, el entrenamiento, la información, la gestión, el diseño, el tiempo libre, la cultura etc. En estos sectores, la tendencia es hacia salarios más altos y hacia el empleo de trabajadores educados. Estos disponen de mayor capacidad para luchar por derechos sociales y alcanzar jornadas de trabajo más cortas y flexibles.

El mundo de la vieja tecnología tendía a apoyarse en bajos salarios, largas jornadas, etc., así como a generar menos empleos. Estas actividades tienden a transferirse a los países socialmente más atrasados, a los cuales se busca exportar también las tecnologías más contaminantes. Los países que adopten esta filosofía están entonces condenados a reforzar el atraso y a generar poco empleo, aumentando la masa de desempleados, marginados y trabajadores informales.

INNOVACIÓN, CAMBIOS TECNOLÓGICO Y DESEMPLEO. VISIÓN POLÍTICA

Terminada la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos victoriosos en la guerra tenían una nueva batalla que ganar. Se veían obligados a derrotar la recesión y el desempleo. Mientras el nazi-fascismo había generado el pleno empleo de la capacidad productiva a través de la degradación del trabajo , los Aliados victoriosos dependían de un fuerte movimiento democrático que exigía el pleno empleo basado en el reconocimiento de los derechos sociales de los trabajadores.

Un marco significativo de este espíritu democrático del pos-guerra está en el Acto del Empleo votado por el Congreso Norte-americano en 1946, el cual estableció el Comité Económico Conjunto de las dos Casas del Congreso para realizar informes y recomendaciones al Congreso sobre la maximización del empleo, de la producción y del poder de compra. El clima democrático de la Post Guerra impuso el pleno empleo como principio orientador de la política económica norte-americana y de los países bajo su influencia hegemónica.

Es necesario decir, que el otro lado del espectro ideológico de los Aliados, representado por la Unión Soviética, defendía con el mismo vigor el principio del pleno empleo. Gran parte del debate ideológico del período se orientaba en el sentido de demostrar la capacidad mayor del capitalismo o del socialismo para alcanzar el pleno empleo.

¿Cómo fue posible que una motivación tan válida y tan vital para la humanidad haya desaparecido del primer plano de la reflexión económica? ¡A tal punto que el tema del pleno empleo parezca una utopía inalcanzable en la literatura económica de nuestros días! Y sin embargo los pueblos continúan aspirando al pleno empleo. Esto se refleja en el debate político y electoral, donde no puede faltar el tema del empleo que siempre aparece en las encuestas de opinión entre las primeras aspiraciones de la población.

¿Es el pleno empleo un objetivo inalcanzable en nuestros días, como lo afirman autores de derecha, del centro e inclusive de la izquierda? La afirmación se basa en los altos índices de desempleo alcanzados en los últimos veinte años sobre todo en los países desarrollados. Sin hablar de la expansión del subempleo incorporado en la noción de empleo informal que comprende hoy día cerca del 50% o más de la mano de obra de los países económicamente dependientes.

Es necesario calificar esta afirmación inicial. Aunque es verdad que Estados Unidos y Europa alcanzaran altos índices de desempleo en las décadas del 80 y del 90, es necesario considerar dos hechos significativos:

En primer lugar, economías como la japonesa y la de los tigres asiáticos conservaron altos índices de empleo mismo en el período de alto desempleo en Europa y Estados Unidos. Japón estuvo próximo al pleno empleo durante toda la década del ochenta, llegando al 1,5% o 2% de desempleados en este período hasta 1993, cuando la crisis japonesa elevó las tasas del desempleo de este país a los 4%.
En segundo lugar, los Estados Unidos de Norteamérica presentaron una fuerte tendencia al pleno empleo en la década del 90, como consecuencia del crecimiento sostenido logrado entre 1994 y 2000. Las tasas de desempleo de dos dígitos alcanzadas en los ochenta bajaron al 4.3% en el 2000. En Europa, la recuperación fue más moderada y más lenta, iniciándose en la segunda mitad de la década del noventa. Sin embargo, recién empiezan a sentirse los resultados de la retomada del crecimiento sobre el empleo en varios países de este continente.

En los países en desarrollo, se debe constatar la ausencia de crecimiento económico ocurrida en las décadas del ochenta y del noventa en los países que se endeudaron en los setenta y se entregaron al pago de los altos y especulativos intereses, por los menos entre 1983 y 1987-9. Esta extracción brutal de excedentes fue suficiente para inviabilizar el desarrollo de estas economías por un largo período que pasó a denominarse como la “década perdida”.

Encontramos así una correlación inmediata entre el crecimiento económico y la tendencia al pleno empleo. Muchos autores pretenden negar la existencia de esta correlación en nuestros días debido a las características nuevas que habrían generado los cambios tecnológicos en los últimos años.
Sin embargo, no podemos aceptar ciertas conclusiones apuradas que se establecen a partir de una observación superficial de las tendencias actuales del cambio tecnológico generado por la Revolución Científico-Técnica.

El avance tecnológico logrado por la llamada tercera revolución industrial (para nosotros esta es un aspecto específico de un proceso más amplio que es la revolución científico- técnica) se refleja en una mayor productividad del trabajo y consecuentemente en una menor cantidad de trabajo necesario para producir bienes y servicios necesarios a la población (o hasta desnecesarios desde el punto de vista de criterios culturales y éticos).
La disminución del tiempo de trabajo necesario para producir bienes y servicios solo afectará al empleo si los trabajadores continuaren sujetos a jornadas de trabajo iguales o insuficientemente disminuidas en relación al aumento de productividad logrado por el avance tecnológico.

La noción de jornada de trabajo es ajena a la mayoría aplastante de las ecuaciones desarrolladas por el pensamiento económico ortodoxo. Más bien la jornada del trabajo es un elemento fundamental en la definición del empleo. Desde la victoria de los Cartistas en 1850, al lograr que el parlamento inglés estableciera las 10 horas de trabajo, los trabajadores han logrado disminuir progresivamente el tiempo de trabajo en que se someten al dominio del capital, es decir, la jornada diaria de trabajo, lo que incluye los períodos de vacaciones, licencias y descanso.

Toda vez que el capital logra hegemonizar la situación política, sobre todo en los períodos de largas fases recesivas (que amenazan a los trabajadores con despidos masivos), sus representantes más reaccionarios retoman los ataques a las conquistas de los trabajadores en relación al tiempo del trabajo. Esta lucha solo puede ser entendida con una teoría del valor la cual desaparece de la “ciencia” económica con la hegemonía de los “neoclásicos” pero cuyos efectos no son olvidados un en las luchas sociales concretas.

El neo liberalismo se vuelve sobre todo en contra de los derechos de los trabajadores que según ellos son fruto del corporativismo y de conductas anti-mercado (imperfecciones del mercado ideal que ellos concibieron en sus cabezas). De repente, la teoría del valor se entromete en sus raciocinios bajo la forma de los costos de producción, que incluyen el precio del trabajo (el salario) y su disponibilidad para el dueño del capital (la jornada de trabajo).

En su razonamiento fundamentalista de clase, el capital es la fuente de la inversión y consecuentemente el costo del trabajo es una limitante de la inversión. Cuanto más bajo y más disponible sea el trabajo, mejor será para la inversión y consecuentemente para el crecimiento económico y para la felicidad humana. Pues en su noción de humanidad no entra para nada su lucha por la superación de los duros aspectos del trabajo cotidiano.

De ahí se parte fácilmente a las políticas llamadas de “flexibilización del trabajo” que tienen por objetivo disminuir los salarios y aumentar la intensidad y el tiempo o jornada del trabajo bajo el dominio del capitalista.

Es evidente que para los trabajadores la cuestión se pone exactamente al reverso. Los avances de la tecnología permiten producir más en menos tiempo. Luego, necesitamos de menos horas de trabajo por día, es decir menores jornadas de trabajo lo que significa, por lo menos, la no disminución del número de trabajadores necesarios para crear los mismos productos y bienes anteriormente producidos.

La lucha por la disminución de la jornada de trabajo es hoy un punto central de la lucha de los trabajadores europeos y que Francia asumió como vanguardia de esta conquista, con efectos evidentes en la retomada del crecimiento económico y en la disminución del desempleo en este país. Muchos sectores patronales reconocen los efectos positivos de esta política y aceptan con pocas restricciones estos avances civilizacionales. Pues, aun cuando bajen sus tasas de ganancia permiten una calidad de vida superior para toda la sociedad.
El aumento del tiempo libre de los trabajadores no solamente garantiza un mayor número de personas empleadas, ofrece a los trabajadores oportunidad de mayor nivel de estudios, de más tiempo para una vida espiritual. Por tanto aumenta la calidad de vida de la población, disminuye la violencia social, y asegura una mayor preparación de la mano de obra. Este último se convierte en uno de los elementos claves de la competitividad en nuestros días. La revolución científico técnica exige trabajadores cada vez más educados y solamente las sociedades capaces de crearlos (o importarlos) podrán colocarse en la punta del sistema económico mundial.
El lector debe notar porque sociedades dominadas por oligarquías arcaicas esclavistas y señoriales como las latinoamericanas, están condenadas a un papel inferior en el sistema productivo mundial. Las sociedades latinoamericanas fundamentan su competitividad en la mano de obra barata y a baja capacidad de desarrollo de sus trabajadores. Su competitividad es necesariamente baja y restringida a sectores económicos marginales. Las visiones económicas prevalecientes no ven con horror, sino con satisfacción la existencia de estas enormes masas de subempleados, de marginales o de economía informal. Sometido a las condiciones sociales del trabajo barato flexible y a su dominio embrutecedor.

Por esta razón una campaña por el pleno empleo en la región latinoamericana es al mismo tiempo extremamente difícil y tremendamente necesaria. Tratase no solamente de defender la importancia de generar empleo, sino de establecer la creación de empleo como el objetivo central, absolutamente prioritario, de la política económica de la región.

Tales principios chocan de frente con las orientaciones del Fondo Monetario Internacional a pesar de las cándidas afirmaciones de sus directores según las cuales este organismo no define prioridades de inversión. Nada es más falso: el FMI y la doctrina económica neoliberal que lo inspira no hacen otra cosa que establecer prioridades a nuestra política económica. Para ellos el equilibrio fiscal se coloca antes de cualquier prioridad de inversión

Prioridad de las prioridades, esta primacía del equilibrio fiscal es con todo manejada con pragmatismo, permitiendo a sus protegidos generar déficits fiscales gigantescos para pagar altísimas tasas de interés. El pago de intereses es también para ellos una prioridad que no ponen en discusión.

Revertir este cuadro y mostrar a la mayoría de la opinión pública que es posible la política de pleno empleo y conducir nuestras economías y sociedades hacia otras prioridades nos permitirá alcanzar niveles civilizacionales superiores y superar nuestra dependencia y nuestras miserias. Veamos ahora las implicaciones de esta polémica en el plano internacional.

CRECIMIENTO ECONÓMICO, COMERCIO EXTERIOR Y LIBRE COMERCIO

Existe en nuestros días una fuerte corriente de pensamiento, quizás hegemónica, que vincula íntimamente crecimiento, comercio exterior y libre cambio. Sin embargo no hay ninguna base histórica para realizar estas correlaciones, pues son consecuencia de un razonamiento puramente abstracto que tiene sus raíces en las teorías de David Ricardo en el principio del siglo XVIII. De hecho, Ricardo demostró que sería ideal una situación en la cual cada economía local o nacional se especializase en aquello(s) producto(s) en los cuales disponga de mayor ventaja comparativa, desde el punto de vista de la productividad de los factores locales. Esta teoría fue perfeccionada con una visión neoclásica por Ohlin que incluyó entre los factores locales la relación ente capital y trabajo expresa en las funciones de producción. Quedó más o menos aceptado que los países que disponen de más mano de obra que de capital tienen que especializarse en productos agrícolas y materias primas mientras que aquellos con más capital que trabajo (como resultado del desarrollo tecnológico) deben dedicarse a productos de mayor intensidad tecnológica. Esta división de trabajo mundial era y es aún presentada como extremamente favorable a todas las partes en interacción. Es evidente que para estos razonamientos generales, el libre comercio será el mundo ideal para el pleno desarrollo de estas condiciones ideales de comercio mundial.

Ocurre sin embargo que el mundo real es muy diferente de estos razonamientos abstractos que ignoran los acontecimientos y las relaciones claves de la economía mundial. El mundo concreto no se parece a un modelo de economías nacionales especializadas alcanzando un crecimiento económico similar. Por el contrario, desde la expansión económica europea a partir de los siglos XV y XVI se han especializado las economías locales en función de la demanda europea: metales preciosos, especies y productos tropicales, agricultura tropical o semitropical y esclavos. Las economías exportadoras estuvieron en general en manos de grandes propietarios europeos creados por la corona española y portuguesa a las cuales el papado entregó todas las tierras del nuevo mundo. Este comercio que sirvió de fundamento a la economía moderna no ha sido nunca libre, mas bien ha sido organizado por los Estados nacientes en Europa, a través de compañías monopolistas fundadas por sus protegidos.

Muchos creen que en el siglo XVIII y XIX, bajo la expansión británica sobre todo se creó un mercado libre en el mundo. No podemos concordar con la idea que un comercio mundial realizado por empresas inglesas protegidas por la Marina británica pueda ser considerado libre. Ahí estaban empresas monopolistas apoyadas por la Reina de Inglaterra administrando vastos territorios del mundo. La mayor parte de la población de la tierra se encontraba sometida a la dominación directa o indirecta de Gran Bretaña y no gozaban de ninguna libertad para realizar su comercio. No fue sin razón que en las potencias emergentes como los Estados Unidos, la Alemania, la Francia o el Japón se adoptaron políticas proteccionistas radicales.

El caso más impresionante de proteccionismo ha sido exactamente el de los Estados Unidos de Norte América. En este país, los exportadores de algodón del sur se rebelaron en contra de los aranceles impuestos por el norte para proteger sus industrias nacionales. La rebeldía del sur fue derrumbada con una guerra civil que dejó dos millones de muertos. Para ganar la lucha en contra del sur el norte no dudó en terminar con la esclavitud para derrumbar definitivamente la economía esclavista exportadora y sus ejércitos de esclavos cuya liberación desintegraba. Al contrario de lo que se piensa los Estados Unidos ha sido siempre un país proteccionista y ha fundado su poder contemporáneo en la imposición de los aranceles del norte sobre el sur por la fuerza. ¿Qué sería de los Estados Unidos si hubiera ganado la guerra civil el sur librecambista, esclavista y políticamente autoritario?

Podemos adivinarlo si lo comparamos con América Latina donde se eliminaron todas las rebeliones de artesanos y manufactureros y se impusieron la conservación de la servidumbre y de la esclavitud junto con la especialización exportadora basada en la doctrina del libre cambio. En esta región ganó el sur librecambista, esclavista y políticamente autoritario.

El libre cambio no ha sido la fuente del crecimiento de las grandes potencias capitalistas solamente Inglaterra inició la revolución industrial y tuvo en el libre cambio un instrumento para imponerse sobre el resto del mundo. Pero el mismo tiempo sometía sus colonias sin ningún derecho al libre comercio, de hecho el comercio que se impone al final del siglo XIX y comienzo del siglo XX no puede ser considerado un “libre comercio”. En realidad se trataba de un mundo de grandes potencias imperialistas que lo dividían entre sí sin permitir a sus colonias ninguna libertad de comercio. Al mismo tiempo sus empresas monopolistas controlaban el comercio mundial en las zonas no coloniales. Como sabemos fue la lucha de estas naciones por el dominio del mundo que llevaron a dos guerras mundiales y la crisis de 1920, cuando la perspectiva libre cambista y liberal sufrió ataques definitivos que se impusieron mundialmente después de la Segunda Guerra Mundial.

El mundo contemporáneo de la posguerra también no se caracterizó por un libre comercio. Al contrario, no fue posible crear una organización mundial del comercio como lo proponía Keynes. Los dominadores del comercio mundial, los norteamericanos que tenían después de la guerra cerca de 50% del comercio mundial, han preferido crear el GATT, para imponer muy raramente (con pleno acuerdo de las partes) condiciones de rebaja de aranceles.

Se puede decir, sin embargo, que estas condiciones de libre comercio están finalmente siendo creadas en nuestros días con la puesta en marcha de la Organización Mundial del Comercio. Los hechos indican que los que más exigen libre comercio en esta organización son exactamente los países del Tercer Mundo que adoptan amplias rebajas unilaterales de aranceles, derrumbando el proteccionismo que habían tardíamente impuesto a sus economías en los años de 1940 y 1950 para garantizar un primer despegue industrial que lograron entre los años 30 y 50.

Sabemos en nuestros días que más de 50% del comercio mundial se realiza en el interior de las firmas multinacionales que no son de ninguna manera base para un libre comercio. Sabemos también que se crearon impresionantes mecanismos de subsidio estatal en todos los países desarrollados. Tal es el caso de la economía estadounidense a partir de los estratosféricos gastos militares del gobierno Bush, los subsidios al sector agrícola de bajo poder de competitividad que difícilmente serán rebajados sustancialmente en EE.UU., Europa o Japón.

Por este conjunto de razones no podemos ver como una estrategia fundamental la propuesta mexicana de firmar contratos de libre comercio con varios países del mundo. La prueba de esto es que México no logra desarrollar su comercio con el resto del mundo quedando limitado al comercio con los Estados Unidos. Y para quedar claro que esto no es resultado del NAFTA está el hecho de que no se expandieron significativamente las relaciones comerciales con Canadá, aunque es también firmante del Tratado.

No hay duda que una situación de libre comercio podría servir positivamente a una economía que sepa aprovecharse del mismo para aumentar su competitividad. Pero la llave del comercio se encuentra en la productividad y no en la mayor o menor libertad arancelaria. Veas el caso de China que ha expandido más que cualquier país su comercio en los últimos 20 años. Los chinos no han firmado tratados de libre comercio ni se puede decir que tienen una estructura comercial realmente “libre” en el sentido capitalista. China continúa a ser un país bastante cerrado al comercio internacional. Tanto es así que continúa a ser una compradora limitada. Su éxito comercial se apoya en una moneda de valorización relativamente baja; en una mano de obra barata y de alta calidad educacional y cultural: en una legislación especial de los distritos industriales, estos sí muy libres; en sus subsidios a los sectores que invierten en alta tecnología en el país, buscando garantizar su transferencia para dentro del mismo; en el control de los excedentes de moneda firme generado por los superávits comerciales gigantescos que produce con el resto del mundo, sobretodo los Estados Unidos.

Por lo tanto, no hay una correlación necesaria entre ampliar el comercio externo y el libre comercio, ni una relación entre ambos y el crecimiento económico. Al contrario, excepto la Inglaterra por las razones ya señaladas, las grandes potencias que emergieron en el final del siglo XIX han adoptado el proteccionismo como política para asegurar sus empresas emergentes en contra sobretodo de los ingleses. Asimismo, en todos estos países el comercio exterior representa una parte pequeña de sus economías. Los Estados Unidos han sido el caso típico de proteccionismo y de pequeña participación del comercio exterior en su producto nacional bruto. Solamente en los últimos 30 años esta nación dominante ha reducido drásticamente sus exportaciones para el resto del mundo y aumentado dramáticamente sus importaciones. En el momento actual se puede decir que el crecimiento económico estadounidense está apoyado en grande parte en sus apoyos externos. Su déficit comercial es gigantesco y la deuda norteamericana ha alcanzado niveles incontrolables. Asimismo, las inversiones internacionales se han convertido en la única fuente de ahorro dentro de los Estados Unidos que vive hoy de la atracción de inversiones desde el resto del mundo hacia su economía cada vez más inestable.

Por otra parte los enormes aparatos burocráticos son una fuente de corrupción y de autoritarismo político. Las aduanas han representado un poder muy significativo. Los poderes de la inmigración también son impresionantes. Pero no debemos dejar de acompañar con cuidado el poder creciente de los aparatos financieros internacionales, particularmente el FMI para los países en desarrollo. Esta entidad y varias otras responsables por las políticas de inversión internacional se han convertido en poderes burocráticos y tecnocráticos colosales. La humanidad necesita desarrollar mecanismos para permitir una evolución más favorable de las relaciones internacionales que fortalezcan los responsables directos por la producción y la prestación de los servicios. Para esto estas instituciones tienen que pasar también por una evolución democrática. Es necesario que el público en general pueda influenciar más claramente las políticas de estas corporaciones, instituciones e aparatos burocráticos. Pero ni siempre se encuentra un ambiente favorable a estas demandas de mayor libertad y democracia de las organizaciones básicas de producción. Los empresarios por ejemplo no aceptan con facilidad las exigencias de transparencia en la contabilidad de las empresas y mecanismos más democráticos para la representación de las minorías en los sistemas accionarios. Muchos rechazan las doctrinas que insisten en el contenido social de las empresas y en sus responsabilidades políticas frente al conjunto de la población, sin hablar en el contenido ético de sus propias actividades productivas o de sus servicios.

Pero podemos afirmar que no habrá grandes avances democráticos en el conjunto de la sociedad si no se asegura la democracia en el centro mismo de la vida económica que son las unidades económicas claves como las empresas anónimas, cooperativas, empresas personales o familiares, economía campesina, etc. La democracia no resulta de una ampliación de las libertades públicas que son extremamente necesarias para el desarrollo de las civilizaciones. La democracia se funda en la ampliación de los poderes de los ciudadanos para influir en las decisiones fundamentales de la nación. Entre ellas se encuentra en primer lugar la orientación de las inversiones y de las decisiones sobre nuevas inversiones y sobre el uso de los bienes materiales y espirituales acumulados por la humanidad en milenios de desarrollo civilizacional.

Los acuerdos de integración regional son el mejor camino para desarrollar la cooperación entre economías ni siempre simétricas. Pero no confundamos la integración económica, social, cultural y política, como la que realiza hoy día Europa, con los tratados de libre comercio anárquicos e inestables como el que realiza el TLCAN o pretendía hacerlo el ALCA Además, tales tratados son marcados por concesiones unilaterales, faltando siempre las concesiones de los dueños de los grandes mercados. Quedan también fuera de estos acuerdos el libre movimiento de mano de obra que podría disminuir ciertos nudos de graves problemas sociales en los países en desarrollo.

INTEGRACIÓN Y GEOPOLÍTICA

El debate actual sobre los procesos de integración no pueden ser discutidos dentro de un plano exclusivamente económico. En este plano, si consideramos el pensamiento neoliberal puro, tendríamos que aceptar que la única integración correcta es la del libre comercio generalizado. Siguen ellos, las integraciones regionales son intervenciones “artificiales” que imponen límites proteccionistas a las zonas no integradas.

La institucionalización de un pensamiento económico absolutamente autista pretende orientar la toma de posición de naciones enteras, cuya realidad pasa por otros factores como las relaciones sociales y políticas y las relaciones históricas de carácter local, nacional o regional. No se puede definir políticas concretas sin considerar las realidades geopolíticas en que se insertan los fenómenos económicos.

Sin embargo, se introducen consideraciones geopolíticas que indican las preferencias reales de los “teóricos” para justificar el apoyo a esta o aquella alternativa. Los defensores del ALCA, por ejemplo, justifican su necesidad por la importancia del mercado norteamericano que, según ellos, se abriría a través de este tratado de libre mercado que de hecho no corresponde a la propuesta presentada. Los estadounidenses proponen una rebaja de barreras, limitada a los sectores comerciales que les interesan, y una apertura total al libre movimiento de capitales que seguramente no alcanzan a cambiar los rígidos controles del movimiento de capital dentro de los EE.UU.
¿Por qué preferir los Estados Unidos como principal contraparte de los demás países latinoamericanos? No se puede deducir esta preferencia de las “leyes”económicas manejadas por los neoliberales. Desde su punto de vista lo único correcto es el libre cambio internacional. El alegato sin embargo, es que los EE.UU. son “el mayor mercado del mundo” y por lo tanto sería realista darle las preferencias totales. Tratase de un argumento geopolítico.

Por detrás de él está la aceptación de que las relaciones internacionales no son relaciones entre economías equivalentes, los cuales son asumidos como tales en todas las ecuaciones de esta escuela económica. Y, por tanto, tenemos que razonar geopolíticamente cuando hablamos de la economía mundial. En consecuencia hay que tirar a la basura todas estas ecuaciones que se asientan en primicias equivocadas.

Este es el punto de partida para razonar sobre las propuestas de mercados regionales. Es decir, sobre consideraciones históricas, culturales y geopolíticas que demuestren las ventajas de que se asigne preferencia a este país u otro, a esta región u otra. Si se trata de dimensión de mercado, por ejemplo, ¿por qué debemos privilegiar el norteamericano cuando la Comunidad Europea tiene hoy un mercado similar? México puede responder con un factor geográfico evidente: su frontera con los Estados Unidos. Pero Brasil y Argentina no cuentan con este factor. Por el contrario, tienen un contacto mucho más fuerte con Europa a través del Atlántico. Firmar un tratado preferencial con los EE.UU. no tiene por lo tanto ninguna justificativa.

Y una integración suramericana y latinoamericana, ¿tiene sentido geopolítico? En realidad cada país de la región tuvo su economía organizada en función del mercado Europeo y después norte americano. Su sistema vial se orientaba esencialmente hacia los puertos para entregar sus mercancías a las flotas mercantes internacionales. Durante los años de “crecimiento hacia adentro” se ha creado alguna estructura vial volcada hacia los mercados nacionales. Esto fue interrumpido por las políticas de ajuste estructural y del consenso de Washington, en los años ochenta y noventa.

La idea de un acuerdo regional sur y/o latinoamericano pasa por una voluntad política de crear estas infraestructuras que son significativas oportunidades de inversión en la región. En seguida, delinean la necesidad de políticas de desarrollo en todos o casi todos los países que privilegien el aumento de sus rentas nacionales con el objetivo de generar nuevos mercados para el conjunto de la región. Tratase sobretodo de crear economías de escala adecuadas al padrón tecnológico actual. Es evidente que estas tendencias indican una necesidad de proteger este mercado potencial del bloqueo de las economías más poderosas. El libre mercado subregional aparece así como una medida defensiva amén de una apertura de nuevas posibilidades.

Si agregamos a todas estas conveniencias geoeconómicas las tradiciones históricas y culturales comunes, la formación de una unidad ideológica y política regional en función de la lucha por la independencia (con Bolívar a la cabeza), entendemos porque hay una carga emocional espontánea tan fuerte a favor de esta integración. No se trata solamente de un mercado latinoamericano. Por este camino podemos empezar a razonar sobre los intereses geopolíticos de América Latina dentro de cuyo cuadro debemos discutir la cuestión de los mercados y las ventajas preferenciales.

Enseguida vamos a analizar el más exitoso caso de integración en la región de America Latina, a pesar de sus limitaciones.

EL EJEMPLO DEL MERCOSUR

La última cumbre del MERCOSUR indica que, a pesar de sus complejas necesidades de ajustes y sobretodo de institucionalización, esta iniciativa de integración regional se extiende por toda América Latina. De un lado tenemos la consolidación de las relaciones entre sus miembros plenos: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Las recientes confrontaciones entre Argentina y Brasil sobre las exportaciones de las industrias de línea blanca de Brasil caminan hacia nuevas medidas en la dirección de una mayor coordinación de políticas económicas y un mejor cuadro institucional.

En realidad las disparidades de políticas económicas ha sido el principal factor de choques entre los dos países centrales del bloque comercial en formación. Durante los años 90, el comercio entre ellos estuvo determinado por políticas cambiarias irrealistas basadas en convertibilidades artificiales de sus monedas locales. En consecuencia el comercio pendía hacia Argentina cuando el real se encontraba sobrevaluado y viceversa.

Después de la crisis brasileña de 1999, que llevó a la devaluación del real, se precipitó la crisis argentina que llevó al abandono de la convertibilidad del peso y su devaluación. En el momento actual ambos países manejan una política cambiaria flexible más realista y menos voluntarista. Esto debería permitir un mejor equilibrio comercial. Sin embargo no es así.

Mientras Argentina sigue en la actualidad una política de crecimiento económico que aumenta la demanda y por lo tanto las importaciones, Brasil continúa prisionero de las políticas restrictivas del Fondo Monetario Internacional que aprieta el cinturón de su población y hace caer las importaciones.

El resultado de estas políticas opuestas es el aumento de las exportaciones brasileñas hacia Argentina y la reacción de los industriales argentinos para imponer barreras arancelarias hacia las importaciones industriales de Brasil, particularmente las industrias llamadas de línea blanca.

En realidad estas exportaciones de inventarios remanentes son hechas a cualquier precio y no son buenas ni para un lado ni para el otro. Tratase de una agudización de la competitividad basada en factores artificiales. Algo similar a las políticas de falsa convertibilidad que caracterizaron el período anterior y condujo a graves crisis.

En el momento actual los argentinos se muestran más realistas y el gobierno brasileño se ve prisionero de una ortodoxia económica absurda que sacrifica el destino de los pueblos de la región. Se debe esperar, por lo tanto, que el buen sentido triunfe y se camine hacia un ajuste y coordinación de políticas económicas más adecuadas.

Al mismo tiempo, vemos la consolidación de los primeros “miembros asociados” del MERCOSUR. Chile, Bolivia y Perú que se ven cada vez más obligados a superar sus veleidades bilateralitas con EE.UU. y/o panamericanistas, con la ALCA.

Asimismo, Venezuela y México buscan la aproximación con el exitoso bloque sureño. Esto es excepcionalmente positivo. Venezuela y México son productores de petróleo que estuvieron condicionados por los Estados Unidos a atender exclusivamente su mercado. Hoy Venezuela avanza hacia concepciones regionales cada vez más dinámicas a pesar de las reacciones de sus clases medias, que vivieron a costa de los recursos del petróleo sin ninguna consideración hacia las necesidades de las masas populares, excluidas del gozo de estos recursos. Todo indica que la confrontación social de Venezuela no se resolverá fácil y rápidamente.

La última adhesión más promisoria y significativa ha sido la de México. Para muchos latinoamericanos México había abandonado definitivamente la región. Su acuerdo comercial con el norte parecía llevarlo definitivamente hacia los mercados de “allá”. De hecho México lograra realizar el sueño que los chilenos y peruanos tanto aspiran. El acuerdo comercial con los Estados Unidos y Canadá abrió hacia México mercados colosales, ayudado por la frontera común. Tanto es así que Canadá poco participa en la expansión comercial mexicana. Pero México tiene que cuidarse de la dependencia casi absoluta del mercado estadounidense. Esto quedó evidente durante la crisis norteamericana de 2001 a 2003, cuando sus exportaciones cayeron y su producto bruto caminó hacia la recesión.

México se declara latinoamericano aún cuando empieza la recuperación económica norteamericana y busca integrarse en el MERCOSUR para asegurar su cara latinoamericana. Es necesario observar además que México tiene que asegurar su identidad cultural para no convertirse en un estado a más de la federación norteamericana sin derecho a voto, como Puerto Rico.

Por otro lado, a través de las mismas fronteras que se abren al comercio de bienes, se escapan los desesperados de la región, mexicanos o latinoamericanos, hacia el centro de la expansión capitalista. Ahí se prepara un cambio cultural y aún mismo civilizatorio similar a la caída del imperio romano penetrado por los bárbaros. La población blanca norteamericana en decadencia asiste el crecimiento de los “latinos” en sus vecindades, con sus modales anárquicos llenos de alegría y de creatividad. Mejor que México no se aparte de estos emigrantes. El mundo ha crecido a través de ellos y los cambios de poder mundial se han hecho con ellos.
CONCLUSIONES

En los años 80 y principios de los 90 se generaliza el uso de nuevos productos o procesos de producción, desplazando a los anteriores. Ello genera la destrucción de unos y la creación otros de sectores económicos; lo que Schumpeter llamó la “destrucción creadora”. Para analizar este fenómeno se requiere observar el ciclo económico.

El estudio del ciclo económico permite explicar la deflación en la economía mundial, ya que el movimiento de precios tiende a seguir las ondas largas de acuerdo con el ciclo de Kondratiev. Así se observa que durante crisis de 1987 se presenta un período de “destrucción” de activos internacionales, que se traduce en crisis recurrentes.

En las políticas económicas contemporáneas, se insiste sobre el crecimiento sin empleo, tesis que se busca contrarrestar al mostrar el desplazamiento del empleo desde la industria a los servicios, y, de los países centrales a los periféricos.

En los países subdesarrollados la evidencia empírica demuestra que el libre mercado no es el mecanismo a través del cual se crea la mayor cantidad de empleos, como lo postula el pensamiento neo-liberal, sino que estos se generan en su mayoría a partir de las tecnologías de información, el conocimiento, la educación y el entretenimiento.

A partir de las sociedades latinoamericanas se identifica una tendencia que se caracteriza por los bajos salarios y las largas jornadas de trabajo, instauradas a partir de las políticas de flexibilización laboral, presente en los sectores de vieja tecnología; sin embargo, la alternativa deseable es hacia salarios más altos y hacia el empleo de trabajadores educados, por ello la creación de empleo debe establecerse como un objetivo central y prioritario.

Para alcanzar esta alternativa son necesarios acuerdos de cooperación económica que permitan una integración regional entre países desiguales. El Merco Sur, pese a sus necesidades de ajuste e institucionalización, avanza de manera importante en la alternativa de generar capacidades científicas y tecnológicas comunes.

Con este marco, los problemas y perspectivas económicas de la globalización y la innovación para los países latinoamericanos son:

1) Es necesario partir de un análisis mundial y de los periodos de auge y crisis de los ciclos largos, para situar los condicionamientos del desarrollo de las economías nacionales. En este contexto, es necesario plantear escenarios de la evolución del “patrón tecnológico” con los movimientos de capital, y los desplazamientos hacia los países periféricos.

2) Dado que no hay capital sin Capitalismo Monopolista de Estado (CME), las crisis se van resolviendo vía la socialización de la producción ante la propiedad privada. En este orden de ideas, la ciencia financiada con recursos privados, puede funcionar en la medida de que se apoya en los recursos públicos vía múltiples subsidios a la investigación.

3) Las altas inversiones requeridas para incorporar las nuevas tecnologías requieren del financiamiento del Estado, y es deseable la elaboración de políticas regionales, como la del Mercosur para generar capacidades científicas y tecnológicas comunes.

4) La actividad productiva es cada vez más un momento determinado de un amplio proceso social de investigación y desarrollo, invención e innovación, por lo que el conocimiento pasa a ocupar un papel central y articulador del conjunto de la vida económica, social, política y cultural, que implica un planteamiento vinculado al medio ambiente, considerando la historicidad de la naturaleza.

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Um comentário:

Jorge Ramiro disse...

Me interesa conocer acerca de lo vinculado con la globalización y por eso constantemente me gusta mucho viajar y poder de esta manera llegar a diversos sitios. Quisiera poder volar con lan argentina a diversos lugares y de esta manera tener la chance de conocer como se vive en otros lugares

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